sábado, 10 de febrero de 2007

Lo extraño no fue que viniese, sino que se quedara.

Cuando apareció, me dije que con frecuencia somos asaltados por golpes de inspiración, acepté con naturalidad su visita y me puse manos al relato. Tras una hora garabateando en vano, alcé la vista, y comprobé que la Inspiración, insólitamente, seguía allí. Reconfortado, me obstiné en redactar y corregir, con nulos resultados. Inquieto, busqué con la mirada a la Inspiración. Permanecía sentada en la lavadora, mirando fijamente la cazuela en que preparaba una de mis especialidades, la menestra. Entendí que estaba lista. Apagué el fuego, puse la mesa para dos y disfrutamos de una excelente comida.


[Microrrelato para el concurso El mejor final de la historia, organizado por la Cadena SER y la Escuela de Escritores. El título es el inicio propuesto, en este caso, por Felipe Benítez Reyes. A partir de ahí, un máximo de 600 caracteres, contando espacios. Si alguien se anima, ¡que escriba su final!]

viernes, 2 de febrero de 2007

Baba de Caracol

Heráclito afirma que nadie se baña dos veces en el mismo río. Borges recicla la cosa para sentenciar que nadie se baña dos veces en el mismo río de palabras. Por mi parte, más humildemente, pero quizás con mayor convencimiento que los anteriores, afirmo que nadie se baña dos veces en la misa baba de caracol. En efecto, ¿quién puede seguir viviendo su vida, como si nada hubiese pasado, después de ver la telepromoción de la prodigiosa baba de caracol, ese regenerador para la piel que se sirve de la tecnología natural con la que los caracoles rehacen su concha cuando algún hijo de puta los aplasta?

Hay un antes y un después de la baba de caracol. La baba de caracol abre un abanico infinito de posibilidades, nuevas perspectivas, la esperanza de un mundo mejor.

En momentos como este, en el que la humanidad y su triste morada, la Tierra, se encuentran seriamente amenazadas, solo la baba de caracol se nos presenta como un refugio cálido, como un rayo de ilusión accesible a todos los bolsillos.

Bendita seas, baba de caracol, que tu luz (¿verdosa?) nos ilumine.